El aranzacita Gustavo López Ramírez narra la historia de la Violencia en su novela Los dormidos y los muertos

López Ramírez no cree en una narrativa lineal ni en la “novela coral”, sino en lo que llama “una polifonía textual”. Fotomontaje • El Caldense 

Redacción El Caldense

Manizales, Caldas

Gustavo López Ramírez, médico anestesiólogo nacido en Aranzazu, Caldas, se ha abierto un espacio significativo en la literatura colombiana con una obra que disecciona las múltiples violencias del país, desde el presente marginal hasta los episodios más oscuros de la historia nacional.

Autor de libros como “Una casa morada al doblar la esquina” y el premiado volumen de cuentos “De cómo Johny el leproso se anticipó a la muerte”, López Ramírez se destaca por abordar temas como la exclusión, la marginalidad y la violencia estructural. Su primera novela, “Los dormidos y los muertos”, es una ambiciosa mirada al periodo de la Violencia en Colombia, entre 1930 y 1965, narrada desde el microcosmos de una familia manizaleña.

“Me interesa contar la violencia porque no es solo un rasgo del país, sino una cultura entera que hemos construido alrededor de la eliminación del otro”, afirma el autor, quien describe su obra como una “pathobiografía nacional” en la que la incomunicación social ha desembocado en ciclos de exclusión y exterminio.

Su novela busca subvertir la versión oficial de la historia, revisándola desde una “mirada que descompone la versión dada en otra realidad, transformada, si se quiere, transgredida”. En ella, la historia nacional se filtra por las grietas de lo íntimo: los dramas de la familia Almanza, inspirada parcialmente en su propia experiencia, sirven como metáfora de una Colombia fracturada por el odio partidista.

“Entre la muerte de Laureano Gómez y la de Camilo Torres pasan apenas siete meses, pero en la novela se representa un cambio profundo: una familia que ya no es la misma”, dice el autor al explicar cómo su historia familiar se entrelaza con la historia colectiva. La radio, los noticieros y las novelas de antaño componen también un paisaje sonoro que evoca la vida política y cultural de la época.

López Ramírez apuesta por una novela de múltiples técnicas y voces. No cree en una narrativa lineal ni en la “novela coral”, sino en lo que llama “una polifonía textual”. En su propuesta, la ficción no se limita a ilustrar lo histórico, sino que lo interroga desde los márgenes: “La vida no discurre como una sucesión ordenada de hechos; la novela debe representar ese caos”.

Frente al rol de la literatura, el autor cita a Onetti: “La literatura no debe ser comprometida; solo debe ser buena literatura”. Para él, escribir es un acto íntimo, no una tarea social, aunque admite que la ficción puede decir mucho más que los discursos oficiales.

Sin pretensiones de crítica, López Ramírez señala que hay muchos escritores en Colombia, buenos, regulares y malos, y deja abierta la pregunta sobre si aún es necesario escribir sobre la Violencia. La suya, sin duda, es una voz que sigue desenterrando lo que el olvido ha querido sepultar.

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