En Aranzazu, la memoria de Pastora Velásquez resurge en medio del dolor por un nuevo feminicidio

El 20 de noviembre de 1934, tras regresar de un viaje a Salamina, Enrique enfrentó a Pastora con acusaciones infundadas. Foto • Generada con herramientas IA.

Redacción El Caldense

Aranzazu, Caldas

Pastora Velásquez Giraldo era conocida en Aranzazu por su belleza excepcional y su carácter virtuoso. De porte elegante, con ojos miel y una presencia que despertaba admiración, era madre abnegada de tres hijos pequeños y esposa de Enrique Gómez Isaza, un hombre mayor, responsable pero consumido por unos celos enfermizos. A pesar de su vida devota, centrada en la familia y la iglesia, Enrique desconfiaba profundamente de ella, llegando a pagar a personas para que la vigilaran en su ausencia. Estos celos crecieron hasta volverse insostenibles, especialmente cuando Pastora buscó el consejo espiritual del párroco Eduardo Botero Mejía, un hombre íntegro y respetado en la comunidad.

La paranoia de Enrique lo llevó a imaginar una relación inexistente entre su esposa y el sacerdote. En su mente, las visitas de Pastora a la iglesia eran una excusa para estar cerca del párroco. Esta desconfianza se transformó en obsesión y, finalmente, en tragedia. El 20 de noviembre de 1934, tras regresar de un viaje a Salamina, Enrique enfrentó a Pastora con acusaciones infundadas. Ella intentó razonar con él, pero Enrique, armado con un revólver, le disparó cuando intentaba escapar. Pastora cayó muerta en su casa, en un hecho que conmocionó profundamente a la comunidad.

El sacerdote Eduardo Botero Mejía llegó al lugar para asistirla, encontrando a Enrique llorando y con el arma en la mano, mientras señalaba al párroco como culpable. La acusación carecía de fundamento, pues tanto el sacerdote como Pastora eran personas reconocidas por su integridad y valores. La tragedia no solo impactó por la brutalidad del acto, sino también porque Pastora estaba embarazada al momento de su asesinato.

Enrique Gómez fue detenido esa misma noche. El proceso judicial atrajo atención al incluir a un sacerdote como figura implicada, y fue trasladado a Bogotá. Durante el juicio, su abogado argumentó que Enrique había actuado impulsado por celos desmedidos, logrando que fuera absuelto bajo la figura de "legítima defensa del honor". Tras su liberación, Enrique abandonó Aranzazu y se estableció en Cali, donde vivió el resto de sus días sin regresar jamás al pueblo.

El asesinato dejó una huella imborrable en la historia local, inspirando incluso una canción que detallaba el crimen, describiendo cómo Enrique había planificado el acto con días de antelación. Esta composición popular relataba que, antes del asesinato, Enrique transfirió sus propiedades a un hermano y, tras el crimen, declaró en la cárcel que se sentía aliviado. El sepelio de Pastora fue un evento profundamente emotivo, marcado por la indignación y el dolor de una comunidad que nunca olvidó la tragedia de una mujer virtuosa y la crueldad que segó su vida.

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